UN AÑO DE BENDICIONES

UN AÑO DE BENDICIONES
PARA TODOS

domingo, 22 de septiembre de 2013

La sed IX

 

La sed

Capítulo IX

 
 
Noté que todavía había hombres en el techo, pues oía sus pasos sobre mi cabeza. Tal vez temían que regresaran los agresores.

Le pedí a Plinio que me llevara a pasar la noche en el cuarto de reclusión. Me sentía más a salvo ahí, pues pensaba que si me quedaba arriba, junto al dormitorio de La bestia, alguno de los tipos que, por lo que oía, se estaban emborrachando, pudieran entrar a tratar de abusar de mí.
Plinio, sin decirme nada, me condujo al final del pasillo. entré al cuarto y luego lo cerró con llave.
Esa noche transcurrió tranquila y no se oyó ni un disparo más.

Por la mañana llegó Nati, llevaba una charola con el desayuno.
-¡Apúrate, qui tengo quirme!- le gritó Bulmaro
-Pues vete, tu patrón no me mandó encerrar, estoy aquí por mi gusto- contesté yo.
Él se encogió de hombros y , dando media vuelta, se fue. Natividad me tomó una mano.
-Siñora, ¡si lo pido por lo que más quera, dígale al patroncito que no li haga nada a mi muchacho!- Su rostro desesperado hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas.
- Nati, ¡yo no puedo hacer nada! Me secuestró Maurilio, soy su prisionera.
-Pero usté es la patrona!- su gesto denotaba cierto desencanto.
-No, eso quiere tu patrón que piense todo el mundo. No estoy casada con él, yo tengo mi esposo y está en la cárcel por culpa de Maurilio.
Nati se sentó y se llevó una punta del delantal a la cara, su aspecto era de total desolación.
-El patrón no quere a mi´jo, porque no quiso entrarle a lo del nigocio de la droga. Ora quere culparlo de levantado, dice que mi Tadeo está aliebrestando a todos pa matarlo. ¡Nos´cierto!, lo que pasa es que vinieron di otro lado a peliar por la droga.

Ellos comenzaron con ese veneno, son di'otro pueblo.
Traíban rifles y pistolas, y a munchos campesinos les quitaron las tierras y los obligaban a dejar de sembrar máiz, pa'que siembraran su florecitas rojas.

Pero el siñor Gobiernador trujo a sus soldados y tumbaron a los driogeros de por acá.
Cuando llegaron a sacar a los driogeros, todos nos pusimos re bien contentos porque pensábamos que ya había llegado el justicia.
Pero el campesino siempre ha di ser probe y fregado. Nomás quitaron a unos, pa'ponerse otros. 
Ahora son el mero siñor Gobiernador y el Priesidente Monesipal los que mandan sembrar las florecitas rojas. Por eso le han quitado sus tierras a muncha gente. 
Los otros driogeros no queren quedarse sin su nigocio, por eso anochi tiraron balazos.
Pero ya ve, lueguito el Gobiernador mandó al que le dicen El lobo, es uno de sus meros matones, un julano ¡muy malo!

Cuando Natividad salió del cuarto, me quedé  como paralizada. "¡Cómo pude haber sido tan ciega para no ver lo que era ta obvio!", pensé.
No sólo traficaban con droga, sino también enviciaban a sus guardias para que les sirvieran incondicionalmente.
A partir de que me enteré de esta terrible verdad, fui presa del miedo y la desconfianza.

Maurilio me mandó llamar al otro día. Ya se habían ido El lobo y sus secuaces.
- A ver Genara, la semana que viene una mujer vendrá a tomarte medidas pa tu vestido de bodas, nos casamos a finales de este mes- me informó muy sonriente.
Sentí como si me hubieran dado con un palo en la cabeza.
- Oye, ¿ya se te olvidó que estoy casada?- protesté, cuando hube recobrado el aliento.
- No, ya no- contestó con tono festivo.
-Que quieres decir, ¡estoy casada por la iglesia y lo civil!
-Estabas...Tú eres viudita desde hace mucho - su carcajada me sonó siniestra. 
Al comprender el alcance de sus palabras, sentí que me invadía un escalofrío desde la punta de los pies y poco a poco comenzaba a subir, al llegar a mi cerebro una niebla compasiva me envolvió .

Cuando recuperé la conciencia, estaba en la cama de Maurilio, y Nati sostenía una compresa húmeda contra mi frente. 
La bestia no estaba, y yo pude desahogarme a gritos.
- Ta gueno niña, llore todo lo que quera - dijo la buena mujer mientras me refugiaba en sus brazos.
Mi dolor era enorme. Hasta el momento en que me enteré, en esa forma tan cruel, de la muerte de tu papá, me había sostenido la ilusión de volverlos a ver. Pero el saber que nunca más volvería a mirar al hombre que amaba (que todavía amo) me devastó.
Me atacó una terrible depresión, todo se volvió negro y solamente pensé en morir.
Dejé de comer, mi estómago rechazaba cualquier alimento, comencé a adelgazar y a ser indiferente a todo lo que estaba a mi alrededor.
Maurilio ordenó a Nati que me obligara a comer, pero la pobre mujer no pudo hacer mucho, ya que todo lo vomitaba.

Llegó el tiempo de las nuevas elecciones y Maurilio quería ser reelegido, aunque supuestamente en México eso no es posible.
Pero él era rey y señor del pueblo de San José de García, y ya había hecho componendas para salir triunfante de nuevo.

-Te dije que íbamos a casarnos, pero tú te pusiste de necia, ¡ni modo, perdistes la oportunidá!- Yo oía desde muy lejos lo que me decía-  A ver como le haces pero te arreglas, porque me vas a acompañar al zócalo mañana, voy a comenzar mi campaña.

Nati vino con su hija para arreglarme lo mejor posible.
Cuando me vi al espejo, casi no me reconocí, estaba muy delgada y grandes ojeras surcaban mi rostro.

Maurilio me vio y sonrió irónicamente. No obstante me ordenó subir a la camioneta y partimos rumbo al zócalo del pueblo.
Me di cuenta que "flamante candidato", usaría el mismo discurso que yo le había escrito para su primera campaña, lo más seguro era que nadie lo notara, pues la gente iba a escucharlo, obligada por los secuaces de Maurilio, se veía que a la mayoría no les importaba lo que él dijera.
De pronto te vi y sentí como si me regresara la vida, ¡estabas tan linda! Tu vestido azul claro, tu peinado sencillo y tu aspecto en general, me pareció el de un ángel. Supe que no la estabas pasando mal, que de alguna manera alguien te había ayudando, y mi corazón volvió a renacer. ¿Cómo era posible que hubiera deseado morir si tú estabas ahí, viva y más hermosa que nunca? Secretamente te prometí vivir para abrazarte, ¡trataría de escapar de La bestia!
Me propuse comer, comencé a hacer ejercicio y volví a escribir. Sabía que nada de lo que plasmara en un papel podría ser rescatado, pero me ayudaría a evadirme de mi realidad.
Pronto me recuperé, sentía mis músculos más fuertes y mi humor era menos sombrío. Pero para mi desgracia Maurilio lo notó y, aunque estaba ocupado con sus dudosos negocios y su candidatura, una noche trató de ...¡ay que difícil se me hace decirte esto!... Yo me resistí y él me pegó, me levanté y salí corriendo del cuarto, bajé las escaleras y alcancé a llegar a la puerta, la abrí y salí al patio. Los guardias que estaban cuidando el portón me vieron desconcertados.
- Por favor, patrona, ¡métase!- dijo uno de ellos.
Maurilio abrió la puerta y señaló a uno de los guardias.
- A ver tú,!No dejes que se meta la señora! ¡Ah, y nadie le vaya a dar con que taparse!- Se oyó el portazo, luego cerró por dentro.
Se anunciaba un tiempo bastante frío, y yo no llevaba más que una falda y una blusa, iba descalza y el piso de baldosas se sentía helado. Como pude me acurruqué en un rincón y traté de dormir.
El frío me despertó en la madrugada, noté que las pocas plantas del patio estaban blancas ¡había helado! Cuando intententé ponerme de pie no pude hacerlo, ¡estaba rígida! Sentía como si alguien hubiese pegado mis mandíbulas, pues tampoco pude despegar los labios.
Me levantaron entre dos guardias y me metieron a la casa. Natividad llegó corriendo con una cobija en las manos.
-¡Rápido Coral, ve por agua caliente!- dijo a una de las sirvientas y esta salió a toda prisa por el encargo.
Poco a poco fui recobrando la circulación de mis miembros, pero los dolores eran terribles. Estuve a punto de perder los dedos de la mano derecha, pero, gracias a unas hierbas que mandó traer Nati, la sangre volvió a correr por mis dedos.
Lo malo fue que al tercer día comencé a manifestar los síntomas de una neumonía. Temblaba como hoja presa de una altísima fiebre.
Nati se hincó para pedirle a Maurilio que me llevara a un hospital, pero él se negó en redondo. Mandó por un doctor. En medio de mis delirios, vi a un hombre mayor hurgando en mi pecho con un estetoscopio.
Estuve más lúcida dos días después (según me dijo Nati) y traté de quitarme el oxígeno que tenía conectado a la nariz, pero una chica vestida de enfermera me lo impidió.
-No se quite esto por favor, señora, todavía lo necesita- dijo con voz suave, mientras inyectaba algo en la bolsa que colgaba de un tripié  instalado a un lado de la cama.
-¿Ya vistes lo que te pasó por no obedecer?- dijo Maurilio cuando entró a ver como seguía - Eso sí, han mandado muchas flores, todos saben que estás enferma. Hasta don Quirino (era el nombre del Gobernador) te mandó una canasta llena de fruta.

Aparentemente me alivié, pero la enfermedad  no se había erradicado, y para mi comenzó una serie de episodios de fiebre, tos que me hacía sentir que me faltaba el aire y una gran debilidad me obligaba a estar acostada. Todos los días le pedía a Dios sólo una cosa,: que me permitiera verte aunque fuera una vez.
Junto con la enfermedad comencé a adelgazar. Me sorprendía verme en el espejo con la ropa floja como la de un espantapájaros.
Por un lado me alegraba de resultar poco atractiva para La bestia. Pero sabía qué, aunque yo no tenía la culpa de mi enfermedad, él tomaría represalias en mi contra. Y lo hizo.

DK

(continua)
 






2 comentarios:

  1. Dorita me tienes completamente atrapada...aquí me quedo esperando el próximo capitulo...besos

    ResponderEliminar
  2. Esto es una pesadilla para la dama, pero está muy bien escrito! Estaré pendiente del próximo capítulo. Saludos.

    ResponderEliminar