Su rostro pálido y desencajado mostraba una terrible lucidez, vi claramente que había recobrado la memoria, emitía pequeños quejidos, como los de un niño o un animal pequeño a quien hubieran lastimado, pero poco a poco fueron subiendo de intensidad hasta alcanzar tonos alarmantes. Cuando se dio cuenta de mi presencia, se levantó y me tomó por la solapa, - ¡los mató Meli, los matooooo!, luego me soltó y sin darme tiempo de nada, salió corriendo hacia la calle, donde fue alcanzada por dos enfermeros.
Tuvieron que ponerle tranquilizantes.
A partir de ahí se estableció una lucha tremenda para poder controlarla. A veces se mostraba dócil y ausente, pero otras veces golpeaba a quienes estuvieran junto a ella e insultaba a todos, se negó a comer.
El doctor le dijo a sus padres, que de hecho Miranda ya no tenía ningún problema físico, que si podían hacer que comiera, podía salir adelante, pero era necesario que la viera un psiquiatra y que llevara un tratamiento en alguna institución donde pudieran tratar su problema emocional.
Los padres se rindieron ante la evidencia y la internaron en una clínica psiquiátrica, donde la sometieron a terapias extremas, que la dejaban como si fuese un trapo. Tenía lastimaduras en las muñecas y los tobillos y muy seguido traía los labios y las encías sangrando.
Mi esposa habló con Hilda y le dijo que era mejor que la sacaran de ese lugar, que si era necesario ella se comprometía a cuidarla de tiempo completo, pues desde que sabía lo que su comadrita sufría, ella casi no podía pegar los ojos.
Miranda llegó una tarde de abril, casi todo el pueblo la esperaba.
Se dejó conducir dócilmente a la casa de sus padres, pero se negó rotundamente a entrar en ella, de nada sirvieron los ruegos, ni los ofrecimientos. Cuando su hermano menor la cargó en sus brazos y la metió a la fuerza, fueron tales sus gritos, que todo el mundo se alarmó. Ella señalaba las paredes y el techo, moviendo negativamente la cabeza.
- Creo que no quiere estar bajo techo, la casa le ha de recordar su tragedia- , dijo Teresa, y la tomó de la mano, ella se encaminó a la puerta y se dirigió al parque. Ahí soltó la mano de mi mujer y se sentó en el césped, luego comenzó a cantar bajito y a cortar flores. –Déjenla-, les dije, -nosotros y todo el pueblo nos haremos cargo de ella, nada le faltará-
- Desde entonces ella vive allí, donde usted la vio por primera vez, por la noches duerme en una camita que le ponemos lo más cerca que se puede de la puerta (ésta siempre debe estar abierta).
Ella vive sin memoria y nosotros le pedimos a Dios que no permita que la recobre.
El asesino fue encontrado muerto en un camino que a nadie le importa como se llame.
El viernes terminó el Simposium, subimos al autobús entre bromas y risas.
Tenía prisa por llegar a abrazar a mis hijos y a mi mujer, sabía que era muy afortunado de tenerlos.
Pasamos frente al parque, vi a Miranda inclinada sobre la tierra y sentí que algo de mí quedaba en aquella historia.
Fin
DK
Pobre Miranda, espero que fuera feliz el resto de sus idas, aunque los pasara loquita perdida, a veces es mejor estar loco para evadir la triste realidad...
ResponderEliminarBesitos y salud
son famosas las torturas "terapeuticas" que sufrian y sufren todavia, creo yo, los pacientes psiquiatricos en los reclusorios. Para Miranda el aire libre y el entorno natural del parque fueron su "salvacion", gracias a la solidaridad de sus seres queridos.
ResponderEliminarPD: En la "pata al suelo", como siempre, hay algo para compartir contigo. Un fuerte abrazo.
Que triste historia, y pensar que el evadir la realidad a veces, puede ser la unica forma de seguir viviendo. Gracias por estas entradas. Un abrazo Martha.
ResponderEliminarMe intrigo todo la lectura. Entiendo el hecho de que la fantasia se amejor que la realidad, pobre mujer. Interesante relato.
ResponderEliminarsaludos.
Genin: Parte de esta historia es verdadera, yo conocí a la mujer a quien llamo Miranda (su verdadero nombre no es ese), lo que más me llamó la atención fue su belleza y me impactó tanto su historia, que no pude resistirme a escribirla.
ResponderEliminarGracias por pasar amigo, un beso: Doña Ku
Dicen que los psiquiátricos son la antesala del infierno, y es verdad. Las visitas que hicimos a dicho lugar, cuando hacíamos las practicas de enfermería, dejaron huellas profundas en mis compañeras y en mí.
ResponderEliminarRecibe mi cariño y un beso de tu tía:Doña Ku
Si, Martha: De hecho cuando recibimos una pena grande, negamos el hecho y hasta nos evadimos por unos momentos, es una forma que tiene nuestro cerebro de bloquear el dolor.
ResponderEliminarLa historia es triste, pero más triste es que no es una fantasía de mi imaginación.
Cariños: Doña Ku
Azul : Gracias por leerme y te agradezco tus comentarios.
ResponderEliminarRecibe mi cariño: Doña Ku
HOLA
ResponderEliminarINTRIGANTE, OSCURO, MARAVILLOSA LECTURA.
Hay un dolor tremendo en el relato que no alcanzo a albergar en mi, porque tal vez, de poder hacerlo, yo tambien me volveria loco.
TREMENDA HISTORIA. FELICITACIONES. UD ESCRIBE EXQUISITAMENTE
STAROSTA
(UN PRODUCTO DE TU IMAGINACION)