El verano y los colibries

Es un bebedero rojo con un base en forma de flor, lo llené con agua de azúcar y esperé a ver llegar a los colibries.
Al principio permaneció lleno y nadie lo visitaba, pero en cuanto se percataron del regalo, comenzaron a llegar.
Les dicen "chupamirtos", "chuparosas" "los pajaritos del amor" y Alejandra, la chica que me ayuda con el quehacer de la casa, dice que en mixteco les llaman niyo-o (es una pena que este hermoso dialecto vaya desapareciendo , pues los niños de ahora ya no lo quieren hablar).
Miro sus bellos tonos en verde, la rapidez con la que vuelan y me deleito con la fiesta de sus alas. Pienso en que hay que llegar a vieja para descubrir los pequeños deleites que nos brinda la naturaleza.
Cuando somos mayores, tenemos tiempo de ver lo que se nos pasó cuando salíamos corriendo rumbo al trabajo, cuando nos preocupaban las cuentas y sus respectivos pagos o cuando estábamos pasando por un desamor y pensábamos en el ingrato.
Hoy, libres de contratos laborales, con los mismos problemas de escases de dinero, pero que ya se nos hicieron crónicos y nos importa un pepino, y sin ningún problema amoroso que nos quite el sueño, descubrimos que hay una variedad de paisajes en el cielo, pues Dios, con ese buen humor que tiene, pinta las nubes de tonos insólitos y les da formas de camellos, de elefantes, de pétalos, de aviones (¡ay, no, de verdad son aviones!). También podemos ver que si sembramos algunas flores y árboles y les damos el cuidado necesario, pronto llenará de verdes, rojos, rosas, blancos y morados los espacio que eran sólo tierra y sequía.
Que si alimentamos a los pájaros que antes pasaban de largo, llenarán nuestros días de deleitosos cantos.
En fin, para mí, abrir las cortinas por la mañana y ver esa profusión de vida en mi jardín, me hace pensar en cuanto tiempo perdí sin ver las cosas que realmente eran importantes, como los colibries que ahora llegan a libar su miel y me saludan agitando sus alas.
Dora Kuechel